
Tarrafal en Cabo Verde, un Auschwitz a la portuguesa cerca del centro turístico playero más visistado de la isla de Santiago.
Una breve descripción del municipio de Tarrafal
Tarrafal. CABO VERDE. Diciembre 2021
Acababa de llegar a Praia, la capital de Cabo Verde. Sentado en una terraza de un hotel de la transitada calle del 5 Julio, me topé con un granadino que residía allí. Un tipo en sus largos cuarenta, con camisa de tirantes, en shorts y calzando hawaianas, y que no perdía el tiempo en intentar sacarle conversación a cada bella caboverdiana que pasaba frente la terraza.

Esa típica conversación entre españoles. Por una parte, un apenas llegado y tan profano del país, y por otra, Miguel, el residente que presumía de conocer todos los entresijos de este país con todas sus islas de «pe a pa» y que había que sacarle con sacacorchos información por parte de un hambriento de sabiduría caboverdiana como era un servidor.
Yo no disponía mucho tiempo de estancia en la Isla de Santiago, y me sugirió que visitará Tarrafal, que según su parecer me iba a gustar. Un lugar para practicar deportes náuticos, comer bien, pegarse un chapuzón y darse un relax. De normal, no me siento muy atraído por estos lugares, pero pensé: ¿y por qué no? Si no me va, me voy a otro lado. Al fin y al cabo, no se tardan más de dos horas cruzar la isla de un extremo al otro.
Y así fue. Cogí un microbús, aquí llamados alugueres, junto al mercado de Sucupira. Me pareció algo caótico aclararse dónde iba cada aluguer, pero preguntando di con el que me iba a llevar hasta allí. Poco más de 60 km o dos horas que se me hicieron algo largas por la buena señora que me tocó al lado, y que no paraba de hablar. Un auténtico papagayo sin mascarilla que parecía que hablaba con megáfono por el modo con el que resonaba su golpeada voz en el escaso volumen del interior del aluguer.

Al llegar Tarrafal justo en la plaza de pueblo, no me pareció un lugar tan desagradable al encontrarme con su prominente iglesia, un jardín central, un mercado municipal y unas calles empedradas que le daba cierto carácter de su pasado colonial portugués.
Era cuestión de seguir caminando rumbo a la playa para buscar un lugar adecuado para hospedarme y alternar un poco con algo de teletrabajo que tenía pendiente. No era fácil encontrar hoteles de bajo coste para mi presupuesto. Finalmente, tras varios intentos terminé en el hotel Cachoeira, muy cerca de la playa, con un aseado restaurante y un excelente horno de pan junto a la entrada.

No era difícil presagiar por la infraestructura turística existente de hoteles y restaurantes, sobresaliente para los estándares africanos, que me encontraba en un centro turístico de cierto nivel dentro de la isla de Santiago en Cabo Verde.
Eso sí, no recuerdo en mucho tiempo haber visto en un lugar tantos perros callejeros. Siempre en manada y con constantes peleas con gatos vagabundos pero lustrosos y afortunados de estar en un lugar con tanto pescado.

La playa más visible que quedaba debajo del pueblo no desprendía gran glamour. Se entremezclaban turistas nacionales venidos de la capital para pasar el día con algunos extranjeros que con cerveza en mano, se tendían en su toalla para recibir los rayos del astro rey sobre sus blancas pieles de oficina.
No escaseaban restaurantes para comer pescado fresco de la zona incluso para probar la famosa cachupa caboverdiana. Apuntaos para probar este plato típico en el Restaurante Cehonha que además disponía de buen wifi.

Hasta aquí, Tarrafal en Cabo Verde no me mostraba nada extraordinario de lo que había visto en muchos otros lugares costeros africanos anteriormente. Una ciudad turística como otra más de playa. Pero lo que me llamó la atención fue encontrarme muy cerca con un campo de concentración al más estilo de la segunda guerra mundial y con connotaciones muy curiosas que os comento a continuación.
Campo de concentración de Tarrafal de Cabo Verde

Para llegar al este campo de concentración, se puede ir en fresco taxi compartido al más estilo Jeepney filipino hasta Chão Bom. Este pequeño municipio no tiene mucho que visitar excepto este campo de concentración que se encuentra justo en la entrada a la derecha. También se puede ir caminando unos 25 minutos desde Tarrafal.
Fue llegar y no vi a nadie en la puerta. Si bien existía una taquilla y un cartel de ordenaba visitar el campo de concentración con mascarilla y vacunación de Covid-19 completa. La puerta estaba abierta y solo se veía un buen rebaño de ovejas que cruzaban por la puerta, y seguidamente pasé detrás de ellas sin nada ni nadie que me lo impidiera.

Este campo de concentración de Tarrafal en Cabo Verde en todo su conjunto tenía un color amostazado, parecía un lugar fantasma. Solo se escuchaba algún balido de oveja y el viento rozar la alta hierba y matojos de los exteriores. A todo ese turismo que se veía en el pueblo de Tarrafal en la zona playera poco parecía importarle este lugar siniestro, pero con tanta historia.
El campo de concentración del Tarrafal era conocido también como de la muerte lenta, y sirvió desde 1936 hasta 1956 para encarcelar políticos comunistas contrarios al régimen de Portugal en ese momento. Tras cinco años cerrado, se reabrió nuevamente bajo el nombre de Campo de Concentración Chao Bom, pero esta vez para ser usado para apresar a líderes independentistas procedentes de Angola, Cabo Verde y Guinea Bissau durante una época en que los movimientos anticolonialistas empezaban a tener un gran protagonismo. Durante las dos etapas fue el destino 340 comunistas y 230 independentistas respectivamente.

El modus operandi era hacer la vida de estos prisioneros cada vez peor mediante la humillación, trabajos forzados, tortura y dietas pobres en calorías dejándoles marcas físicas y psicológicas irreversibles. Todo ello hasta el 1 de mayo de 1971 tras la conocida Revolución de los claveles en Portugal que se cerró definitivamente y se liberó a los presos.
¿Y por qué en Tarrafal?
La elección de Tarrafal en Cabo Verde no fue cosa aleatoria. Desde el descubrimiento del archipiélago, ya fue destino de deportados y exiliados debido a que estas islas estaban muy deshabitadas además de su aislamiento geográfico separado del resto del continente. Ante cualquier probabilidad de escape, había que sumar que las posibilidades de supervivencia eran mínimas por la escasez de agua potable en la zona, su dispersa despoblación, ausencia de vías de comunicación y enfermedades tropicales endémicas.

¿Cómo era la vida en el campo de concentración?
El campo de concentración de Tarrafal disponía de varios pabellones. En cada uno se alojaban los prisioneros por diferentes nacionalidades y se intentaba que no coincidieran entre ellos. La comida consistía en carne con arroz que frecuentemente estaba podrida con triquinosis en el cerdo cuyo olor los presos disuadían poniéndose migas de pan por los orificios de la nariz. Las enfermedades intestinales eran muy comunes entre la población prisionera.

Se utilizó de manera habitual dos formas de tortura: En una primera fase cuando había presos portugueses políticos, se utilizaban celdas pequeñas de hormigón armado sin ventilación cuyas temperaturas alcanzaban los 45º-C. En la segunda etapa con los presos africanos, se usaba este tipo de celdas pero junto a los hornos de la cocina con lo que se aumentaba aun más esa temperatura. Además, se dejaba una rendija que hacía que se comunicará directamente con todos los olores de la cocina por la misma celda.
¿Merece la pena venir a Tarrafal?
Por supuesto que sí. Para una estancia de una semana en la Isla de Santiago de Cabo Verde, Tarrafal no puede faltar en el itinerario y ver dos tipos de turismo en un mismo lugar: un turismo costero y para relajarse, y otro más cultural y de raíces para asomarnos al pasado. Un pasado no tan alejado en el tiempo y para reflexionar de crueldades que comete el ser humano sobre sus semejantes, solo por pensar diferente.

Quizás Miguel, el granadino de Praia, debió hablarme del campo de concentración de Tarrafal ¿Lo conocería? Posiblemente sí, pero intuiría que no sería de mi interés. Del suyo, por mucho que conocería el país, afirmaría yo que no…
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