
Este lago es reconocido como el segundo más alto del mundo tras el Titicaca, y sus playas de tranquilas aguas en una destacable infraestructura hotelera supone un buen reclamo turístico en el escaso periodo estival del que dispone esta zona del Asia Central.
Pero más lejos de ello, no me referiré en este post a este aspecto turístico de sol y playa, sino a su riqueza arqueológica.
Hacia las afueras del alargado casco urbano que bordea la costa podemos acceder a la Reserva de Petroglifos de Cholpon Ata.
Desde el centro tomé un taxi. Hay que decirle algo así como «saimalotas» que debe significar petroglifo en el idioma kirguis o mostrarle alguna foto del lugar sacada de alguna web y pactar un precio. No sólo para ir, tambien para volver, ya que desde allí es complicado encontrar uno. Cuando llegué a la intempestiva hora de las cuatro de la tarde y cuando el sol pegaba con justicia, no había nadie en este gran complejo natural excepto algún halcón que sobrevolaba la zona y considerables piedras esparcidas a lo largo y ancho de la reserva cuyo horizonte llegaba hasta la cadena montañosa que se veía en frente.
Entre esas piedras, algunos y contados petroglifos que se detectaban por los pequeños cartelones descriptivos a su lado.
Básicamente y como en cualquier zona de petroglifos del mundo, se distinguen figuras e inscripciones grabadas en las piedras con escenas de animales, caza o armas prehistóricas.
Se presupone que los grabados fueron obra de unos pueblos que se establecieron en esta área desde dos milenios antes de nuestra era y hasta seis siglos después. En concreto, aparecen animales similares a los leopardos que debieron tener presencia en Asia Central, ciervos y hasta perros.
Como en todos estos tipos de lugares, no falta ese toque de misticismo en el que se intenta buscar por la posición de las piedras algún significado astronómico, alineación de astros, etc.
En realidad y con cierto escepticismo desconozco la veracidad de esos datos.
Algunos petroglifos están bastante deteriorados por erróneos procesos a la hora de restaurarlos, y con el musgo, se dificulta su visualización. En otros casos si se detectan a primera vista los símbolos y detalles.
Son 42 hectáreas, pero entre media y una hora caminando por las piedras donde hay petroglifos es suficiente para darse una buena idea del lugar.
Al final y cuando iba a abandonar este recinto arqueológico, se me acercó una señora que debió estar a cargo de la reserva arqueológica y me cobró no más de 40 SOM (0,50 €).
Muy cerca de allí y aunque no tenga nada que ver con el centro arqueológico, hay un impresionante mausoleo llamado Oluya que os dejará boquiabiertos. Se encuentra justo en frente del lago que bien merece una visita.
Después, y tras ver tantas piedras, un baño en sus tranquilas y frías aguas de la playa o bien degustar el beshbarmak, el plato nacional de Kirguistán, puede ser un buen colofón para cualquier viajero que desee terminar una buena tarde de arqueología…
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Bueno, pues otro paraíso 'de las piedras'. Una nueva etapa de un viaje por esa zona, supongo. Zona, por cierto, que tengo ganas de visitar.
Un abrazo, Carlos.