Hay lugares en el mundo que no ilustran importantes aspectos de interés arquitectónico, tampoco de belleza natural, ni nos ofrecen nada que no veamos a diario en cualquier calle de nuestra ciudad. Son lugares que están ahí por lo que representaron históricamente. Dónde ocurrió alguna vez algún acontecimiento fuera de toda índole, y de sus hechos, generan curiosidad, y a la postre un efecto atractivo para la visita de turistas y viajeros.
Los que saben más de todo esto son los estadounidenses, que aprovechan cualquier resquicio histórico para hacer de ello un monolito, un museo con su tienda de memorabilia, y si se tercia, hasta un parque temático al lado. Puede haber pasado George Washington por un poblado y haberse sentado a descansar en una piedra. Seguramente pondrán una placa grabada en bronce sobre la piedra con el texto: «Aquí estuvo sentado George Washington y profundizó su pensamiento sobre la independencia de Estados Unidos». Pero Israel, el país que he escogido esta vez, dispone de sobradas escenas históricas y sobre todo bíblicas en tantos y tantos rincones, que si hicieran lo mismo será todo un país-museo. No lo necesita.
La Vía Dolorosa es un claro ejemplo de un lugar que lo caminas y no tiene nada en particular. Una calle adoquinada entre muros de piedra como las de muchas ciudades españolas en su casco histórico. Algunas tiendas, pocas, con objetos religiosos postales, nacimientos tallados en madera y otras de venta de alfombras.
Pero si te cuentan que en esa misma calle anduvo con su corona de espinas y medio arrastrándose como tantas veces nos lo contaron a algunos en el catecismo, o vimos en las típicas películas que emiten durante la Semana Santa, realmente te despierta cierta sensación.
Aunque el viajero no sea católico, pero si curioso, también puede darle inquietud de la misma manera que si fuera por ejemplo donde yace el diente de Buda en la ciudad de Kandy en Sri Lanka. O para alguien muy capitalista, ver la tumba de Lenin ¿Por qué no?
Esto es lo que tiene la Vía Dolorosa. Poco más.
Eran las primeras horas de la mañana. Un paseo tranquilo. Nada de coches. Al alzar un poco la vista, algunas placas en los muros que representan las estaciones que coinciden con cada caída de Jesucristo durante su vía crucis. De repente el silencio se vio interrumpido al escuchar cantos de un grupo de católicos de raza negra que cantaban con devoción. Una gran cruz sostenida entre ellos y mucho fervor en cada canto. Me sobrepasaron, cada vez se escuchaban más y más lejos y volvió la paz de nuevo a esa calle.
La sencillez de estos lugares, aunque carezcan de extravagancia, mientras despierten sensaciones en el viajero, por pocas que sean, ya habrá valido la pena visitarlos.
Para más expectativas, el resto de la ciudad vieja de Jerusalén le esperará al viajero con muchas más.
Pero la Vía Dolorosa es así de sencilla, tan sencilla como lo fue su divino protagonista…
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2 Comments
Seguro se debe sentir algo especial al pisar esos adoquines que tanta historia han visto pasar.
Estoy deseando ir a Jerusalén, un lugar lleno de energía, y eso, creyente o no, tiene que hacerte sentir algo. Ya te contaré cuando vaya por allí. Un saludito 🙂
Seguro se debe sentir algo especial al pisar esos adoquines que tanta historia han visto pasar.
Estoy deseando ir a Jerusalén, un lugar lleno de energía, y eso, creyente o no, tiene que hacerte sentir algo. Ya te contaré cuando vaya por allí. Un saludito 🙂