
En Santa Rosalía. Un lugar ubicado en la Península de la Baja California Sur, el viajero se traslada a un pueblo tranquilo, con estigmas de un próspero pasado y donde el sello de Francia aparece en cualquier rincón de su centro histórico.
México. BCS. Enero 2013
En cuanto pisé Santa Rosalía, tras arribar de noche en un autobús desde Loreto, en seguida me di cuenta que no había llegado a un pueblo como tantos que había visto en México con anterioridad. Me sentía como si hubiera llegado a una villa francesa de finales del siglo XIX.
Edificios de madera al estilo francés colonial con tejados en consonancia a esa tendencia, todo en una estructura urbana importada de Francia.
Hasta el aire frío que azotaba en aquella noche de Enero parecía ser traído de allá, donde el Hotel Olvera, un hotel económico y acogedor, fue mi refugio durante dos noches.
La educación y muchos servicios sociales recayeron bajo la responsabilidad de esta compañía francesa.
Son muchos los edificios públicos que definen esta floreciente época. La Biblioteca Gandhi es uno de ellos, pero para mí el más significativo es la Iglesia de Santa Bárbara, que según reza en una placa de la fachada, fue construido por el mismísimo Gustavo Eiffel compartiendo participación en la Exposición Universal de París con la Torre Eiffel. Tras un breve paso por Bruselas, fue desarmada y traída por piezas hasta Santa Rosalía. No es que sea de extrema belleza. Mucho menos su diáfano aspecto interior, pero su peculiar estilo de hierro galvanizado la distingue claramente de las legendarias misiones jesuíticas que el viajero se puede encontrar por la Baja California.
Pero como en tantos lugares donde los recursos naturales no son infinitos, Santa Rosalía no iba a ser la excepción.
Del resplandor se pasó al ocaso. Se terminó el cobre y se terminó todo. Restos de oxidada maquinaria de la fundidora esparcidas por la parte alta del pueblo, junto con viejas vagonetas abandonadas, es lo que queda de aquella época minero-industrial.
Tan solo un coqueta locomotora se conserva intacta en la plaza del pueblo que hace recordar perennemente el paso del Boleo, y por supuesto toda la arquitectura propia que hace de Santa Rosalía para mí, uno de los pueblos más pintorescos de toda la República Mexicana.
Santa Rosalía se puede ver completamente en una mañana. Se respira tranquilidad en cada rincón y es muy fácil establecer una conversación con cualquier paisano mientras tomas un café en la cafetería de la Plaza o en su pequeño puerto. Recomiendo no irse de Santa Rosalía sin probar las carnitas del Restaurante La Huasteca. Es un guiso cocinado a base de trozos de cerdo que hacen en enormes ollas. Desde buena mañana ya se percibe el fuerte olor que sale del patio exterior restaurante donde las cocinan.
La Panadería El Boleo es otra referencia de obligada parada para el viajero. Toda una institución esta panadería centenaria. Conservada perfectamente en su aspecto desde que la fundara una familia francesa a principios del siglo XX, pero donde no hay que esperar encontrar muestras de la fina panadería francesa como croissants, pan de brie, ni brioches.
Felicidades. cómo siempre es un placer leeerle.